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En memoria de Alberto Abello Vives (1957-2019)

Escribir sobre Alberto Abello Vives es como hacer un recorrido por el Caribe en su totalidad, desde su Santa Marta natal hasta su Cartagena vital. Alberto era un samario raizal, un criollo como aquellos de principios del siglo XIX, los hijos de españoles que se pelearon con la Madre Patria. Él hacía parte de la elite samaria de origen colonial, pero su inclinación por lo popular, lo afro o lo indígena lo distanciaba de ese grupo poblacional que sigue gobernando Santa Marta. Pero no hay que confundirse con lo que estoy diciendo: Alberto no era populista ni nada por el estilo: era un socialdemócrata de gustos refinados que apoyaba expresiones culturales diversas.

Era un diplomático por naturaleza, de unas relaciones sociales internacionales que era la envidia incluso de los diplomáticos de carrera. Siempre bromeábamos que si en 1830 el general Mariano Montilla hubiera decidido crear la República Independiente del Caribe, en ese inmenso territorio que dominaba desde Maracaibo hasta Panamá, pasando por Cartagena y Santa Marta, a finales del siglo XX de seguro Alberto hubiera ejercido como Canciller. Pero esa idea era solo broma.José Manuel Restrepo, Secretario de Simón Bolívar, vislumbró esta posibilidad de la nueva república como un peligro para Colombia, pero al final sentenció: Esa república no será realidad por las rivalidades entre cartageneros y samarios. Rivalidades que no existieron en el diario vivir de Alberto Abello.

En la vida real, Alberto nació en Santa Marta y siendo muy joven sus padres se trasladaron a Bogotá con todos sus hijos. Allí, en la fría capital terminó su bachillerato y estudió economía en la Universidad Externado de Colombia. En plena década de los setenta y principios de los ochenta, tuvo sus coqueteos con ideas de izquierda, en especial con la corriente maoísta del MOIR (Movimiento Independiente Revolucionario).

Regresó a su Caribe ancestral, primero a Cartagena y luego a Santa Marta, donde trabajó inicialmente con la Universidad de Cartagena y después con el CORPES (Consejo Regional de Planificación Económica y Social). Fue invitado por Gabriel García Márquez y Jaime Abello Banfi a participar en la creación de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en 1994, institución encargada de dictar talleres de periodismo a los jóvenes comunicadores de América Latina.

Desde esa época mantuvo una estrecha amistad con nuestro Premio Nobel de Literatura y su esposa Mercedes Barcha. Como anécdota personal puedo contar que Alberto invitó a la casa de los García Márquez en Cartagena a un grupo de funcionarios del Banco de la República entre los que se encontraban el gerente general Juan José Echavarría, el codirector Adolfo Meisel y mi persona, entre otros. Allí Mercedes se comprometió a entregar a la Red de Bibliotecas toda su colección primeras ediciones de los libros de Gabo en diferentes idiomas, acto que se realizó en el segundo semestre del año 2018. También se mostró interesada en donar un mural de Alejandro Obregón para ser trasladado a la Biblioteca de Santa Marta, que en esos días había sido redenominada con el nombre de Gabriel García Márquez. Este mural sería entregado por la familia, una vez se concretara la venta de la casa en Cartagena. No tengo claro si esta oferta se mantiene, ahora sin la presencia de Alberto.

En su vida cotidiana y laboral se movía intensamente entre Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, las tres perlas del Caribe. Nos enseñó que se podía ser hincha simultáneamente del Unión Magdalena, del Junior (futbol), de los Tigres de Cartagena y de los Caimanes de Barranquilla (béisbol). De la misma manera integró en su discurso las celebraciones de las Fiestas de la Independencia de Cartagena, Carnavales de Barranquilla, Festival Vallenato en Valledupar, Fiestas del Mar en Santa Marta o Festival del Porro en San Pelayo.

De nuevo en Cartagena fue nombrado director del Observatorio del Caribe colombiano, un “tanque de pensamiento” que debía impulsar investigaciones de índole económica, social y cultural para toda la región Caribe. Los proyectos y publicaciones fueron múltiples, entre los cuales se destacaron la revista Aguaita, las Becas Héctor Rojas Herazo, la Red de Investigadores del Caribe, entre otros. En ese entonces, junto con Jorge García Usta convirtieron “Aguaita” en la revista miscelánea de mayor reconocimiento en el Caribe colombiano. Otra de sus contribuciones fue como coorganizador del Programa Leer el Caribe, junto con el Banco de la República Sucursal Cartagena y otras instituciones. Este programa ha cumplido cerca de dos décadas y su objetivo es invitar anualmente a un escritor del Caribe colombiano, entre quienes han estado Roberto Burgos Cantor, Germán Espinosa, Ramón Illán Bacca, Fanny Buitrago, Jorge García Usta, Alonso Sánchez Baute, Julio Olaciregui, entre otros.

También dejó huella como Decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Tecnológica de Bolívar, donde instauró el Laboratorio y la maestría en Desarrollo y Cultura, la primera de esa índole en el Caribe colombiano, en convenio con algunas universidades europeas. Así mismo organizó la Expedición Padilla con la Armada Nacional y la Alcaldía de Cartagena, como un acto de reconocimiento a los aportes del general guajiro José Padilla a la Independencia delCaribe colombiano. Fue el coordinador general del “Compromiso Caribe”, evento en el que se presentó un panorama de la situación social y económica del Caribe colombiano y sus estrategias para superarlas.

Fue Director de la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA) y la Red de Bibliotecas del Banco de la República. Allí organizó la celebración de los 60 años de la BLAA, gestionó la adquisición de manuscritos inéditos de diferentes autores colombianos, así como la donación de la colección de las primeras ediciones de las obras de Gabriel García Márquez en diferentes idiomas y países. Todavía en el cargo como Director de la BLAA, lo invitamos a Santa Marta para que dictara una conferencia en el marco del Congreso Internacional de Museos, Historia y Patrimonio, organizado por el Banco de la República-Santa Marta, la Universidad del Magdalena, la Quinta de San Pedro Alejandrino y la Asociación Colombiana de Estudios del Caribe – ACOLEC. En esta visita, como en las anteriores a Santa Marta, no podía faltar la compra de “caviar costeño” (huevas de lisa) frente a la Alcaldía, los bollos de queso en el barrio Los Troncos, así como degustar el cayeye o mote de guineo verde, el jugo de corozo y el dulce de mango gairero. Con orgullo samario decía que cuando regresaba a Cartagena o Bogotá con este cargamento, llevaba una parte del “manjar de los dioses”.

Su última visita a Santa Marta fue en la semana del 3 al 7 de abril. Siempre se alojaba en el apartamento de su hermana Tere, pero en esta ocasión estuvo en un cómodo apartamento frente al mar, en el sector de Playa Salguero, Rodadero Sur. Desde hacía varias semanas me había pedido que lo acompañara al vecino municipio de Ciénaga, para conocer la casa que construyó en madera su bisabuelo genovés Giuseppe De Andreis a mediados del siglo XIX. Le pedí a un escritor cienaguero que nos acompañara, para que nos hiciera de guía ilustrado en su terruño. Alberto, o “Ton” como lo llamábamos sus amigos, estuvo muy entusiasmado conociendo la casa en madera que se conserva en buen estado y conversando con el conserje que la cuida desde hace más de medio siglo. 

Giuseppe, un seguidor de Garibaldi refugiado en la salitrosa Ciénaga, era además anarquista y masón. A esta ciudad llegó con sus otros hermanos y todos se dedicaron a la agricultura como los cultivos de caña, tabaco, cacao y extracción de madera. Alberto también quiso conocer la imponente casa de la logia masónica en Ciénaga, donde pensaba que su antepasado podía haber ejercido su masonería. También conoció al nonagenario violinista Virgilio De Andreis, con quien habló de su parentela actual y sus antepasados. Por Giuseppe, Alberto y varios de sus familiares obtuvieron la nacionalidad italiana.

Es probable que Alberto no haya conocido antes el centro histórico de Ciénaga, sino solo la parte caótica de la carretera Troncal del Caribe que atraviesa parte de la ciudad, así como la zona del mercado. Se mostró sorprendido por el diseño del centro histórico, que partiendo de la plaza de la iglesia o el templete, se irradia en forma de estrella de siete puntas, con calles anchas y limpias. Allí se observa el esplendor que vivió Ciénaga en la época de la bonanza bananera que, con altibajos, se extendió entre la última década del siglo XIX y principios de la década de 1960. Regresamos a Santa Marta y un Alberto emocionado de haber descubierto sus raíces italianas en Ciénaga prometió escribir un ensayo histórico sobre Giuseppe De Andreis y otros masones de la región. Pero el tiempo no le alcanzó para hacer esta investigación, ni para estrenar su pasaporte italiano en el viaje que emprendería por el norte de África en ese mismo fatídico mes de abril, cuando lo sorprendió la muerte.

Conocí o escuché algunas personas que criticaban a Alberto Abello Vives por hacer parte de la elite samaria, por sus modales que algunos consideraban de estilo virreinal y por su forma de ser perfeccionista hasta en los más pequeños detalles. No voy a decir que todo lo anterior sea completamente falso, pero sería injusto descalificarlo por su origen social o por su temperamento fuerte. Los que lo conocíamos sabíamos que luego de un llamado de atención a algún colaborador por cualquier detalle, seguía un chiste y una risotada que retumbaba en los distintos rincones del sitio donde estuviera.

Autor y editor de libros y revistas, entre ellos “La isla encallada”; “Un Caribe sin plantación”, “El Caribe en la Nación colombiana”, “Los Desterrados del Paraíso” y “Aguaita”, revista del Observatorio del Caribe colombiano. Queda inédita su investigación sobre carnavales y fiesta republicana en el Caribe colombiano, que había acordado publicar con una editorial de reconocido prestigio internacional. Esperemos que se publique esta obra póstuma lo más pronto. Tuve la oportunidad de leerla y hacerle algunas observaciones sobre el propio manuscrito, pero no estoy seguro que haya tenido tiempo de acogerlas (o rechazarlas), ya que se las entregué el día que fuimos a Ciénaga. De Santa Marta viajó a Barranquilla, a participar como conferencista principal de un evento organizado en la Universidad del Norte por historiadores amigos. En la región Caribe, cuando una persona muere al poco tiempo de haber visitado sitios y amigos entrañables, se dice que “vino a recoger sus pasos”. Nunca pude entender ni quise creer este adagio popular, pero Alberto hizo este viaje para conversar con viejos amigos en Santa Marta, Ciénaga y Barranquilla, pero sobre todo para conocer la casa del bisabuelo.

Alberto era una persona que respiraba el Caribe, conoció gran parte de la macro-región Cuenca del Caribe como muy pocos lo han hecho, visitando casi todas sus islas, así como el territorio continental caribeño de Venezuela, Colombia, Panamá y los otros países Centroamericanos, así como la parte de México que se recuesta sobre el Caribe y se ubica a poca distancia de Cuba. Alberto nos deja sus ideas, sus libros, así como su entusiasmo cuando emprendía cualquier proyecto dedicado a la cultura o los estudios del Caribe. Sus amigos tenemos el compromiso de difundir su obra, tal vez a través de un centro de estudios que lleve su nombre y valore su legado.

Joaquín Viloria De la Hoz

Caribbean Studies, Volume 47, Number 1, January – June 2019, pp. 145-150.